Yungay
UNA VISITA A MAMA VICTU
Como todo muchacho inquieto, siempre estaba a la caza de novedades o tratando de comprobar si aquello que me contaban los «amigos mayores» era real. La anécdota que a continuación describo involucra a tres generaciones de Yungainos que pecaron por practicar o por comentar hechos tan visibles, lo que trágicamente terminó el 31.05.70.
Corría el año 1961, tenia 12 años, cuando estudiaba el 1er año de educación secundaria, cuando un grupo de amigos comentábamos que habíamos escuchado que una señora, cincuentona ella, blancona y no mal parecida, vendía su cuerpo a toda la población masculina que a ella recurría, no constándonos ni a mi ni a amigos si era real el chisme, ni cuanto cobraba, ni cual era su horario de atención.
Para comprobar éstos cuentos un cierto dia, amparados por la oscuridad de la noche, pudimos ver como ciudadanos respetables, agazapados y encubiertos con sendas bufandas y ponchos para no ser reconocidos fácilmente, entraban y salían discretamente de la vivienda cada 30 minutos (aprox.). En la calle el ambiente era de tranquilidad pues debían evitarse los escandalos, toda vez que la vivienda estaba ubicaba a no más de dos cuadras de la Plaza de Armas así como de la Iglesia matriz de la ciudad. Al frente de la susodicha casa, estaba las casonas de honorables familias, las cuales inexplicablemente dejaban «trabajar» libremente a la «dama» comentada, a pesar de que algunos vecinos opinaban que su comportamiento atentaba contra las buenas costumbres y el celibato de la juventud.
En esta oportunidad, con mi grupo de amigos quisimos averiguar que es lo que ocurría dentro de la habitación una vez que el parroquiano ingresaba, y, para hacerlo no había más que acercarse a la puerta vieja de madera para mirar por los tres o cuatro huequitos que ésta tenía, agujeros estos que lógicamente nos disputábamos en su servicio. Al agolparnos a mirar por los mismos, todos nos acomodábamos lo mejor que se pudo, pero la verdad es que algunos por más esfuerzo que hacíamos no vimos nada, y solo podíamos escuchar e imaginarnos lo que otros nos contaban.
Después que salió el tercer parroquiano no se presentó el siguiente por lo que decidimos espiar, con mas calma, hacia el interior de su vivienda; nuevamente nos agolpamos en su puerta y cual habría sido el esfuerzo y la concentración que desplegábamos mirando por los agujeros para tratar de ver lo que hacia la «dama» en esos instantes, que no nos dimos cuenta que sigilosamente la susodicha señora se había acercado a la puerta para abrirla bruscamente, encontrándonos a muchos de nosotros acuclillados y en posición de mirada fija, y al vernos así, paralizados, lejos de ahuyentarnos nos invitó a pasar amablemente al interior de su vivienda. Una vez que traspusimos la puerta, la señora cerró la misma y como para atarantarnos le puso una aldaba grande; entonces, recién nos asustamos, ya que de ahora en adelante podía pasar cualquier cosa.
De un golpe de vista se pudo apreciar que la habitación carecía de alumbrado eléctrico, por lo que la luz que ahora teníamos era a base de abundantes velas que los «clientes» generosamente las traían; para hacer su «faena», la referida dama tenía un colchón viejo de dos plazas, bacines desvencijados, baldes de aluminio llenos de agua, entre otros menesteres, no existiendo los servicios de agua ni de desagüe, pero increíblemente había un orden y una limpieza inusitadas, lo que desde ya era un ejemplo para muchos de nosotros.
Como no nos movíamos de nuestro sitio y un poco para quitarnos la preocupación, la señora ésta, como toda maestra y presumíamos que era para explicarnos, nos ubicó a cada uno de nosotros alrededor del aludido colchón que estaba sobre una mullida frazada tendida sobre el suelo. Una vez hecho dicho acto, se dirigió a nosotros y nos solicitó que le diéramos el sencillo que traíamos en el bolsillo, siendo solo quince centavos lo que teníamos en total; cuando se acabó la colecta, ella muy suelta de huesos se tendió en la cama, se levantó la falda que le llegaba más o menos a la altura de la cara, se alzó igualmente las dos o tres polleras de colores que tenía y como no tenía ropa interior se pudo apreciar en vivo y en directo las abundantes vellosidades que mostraba su entrepierna abierta; y, cuando pensábamos que continuaríamos en dicha habitación, ella con una velocidad vertiginosa ! zas ! puso en su lugar sus polleras y la falda, e irguiéndose nos manifestó que como ya habíamos visto toda la función, ahora : ! pueden irse!; …a éste requerimiento no tuvimos más que obedecer y salimos del lugar con una vergüenza terrible, y cosa rara, nunca nos jactamos de haber ido a visitar a Mama Victu.
En la actualidad, muchos que hoy ya peinan canas y que han sido asiduos concurrentes a recibir los favores de Mama Victu, conocida también por otros como la Cachorra, tienen en sus reuniones como tema de conversación a ésta dama, habiendo incluso llegado a proponer que se haga una colecta para levantar un monumento a la «insigne mujer», de quien, sostienen, poniendo en peligro su vida, se sacrificó para que gran parte de la población masculina aprendiera el arte amatorio, viviera «sana» y los parroquianos mayores satisfaciendo sus insaciables deseos carnales; situación que lo dejamos allí, para no entrar en elucubraciones científico – sociales. Y punto.