UN CARAJO DEL GRINGO HUBEL

Yungay

UN CARAJO DEL GRINGO HUBEL

La historia de la Provincia de Yungay ha sido escrita también con la presencia de numerosos extranjeros los que habían  adoptando esta tierra como la suya propia. A fines de la década del 50 llegó, para quedarse ,un extranjero de origen Judío llamado SIMON HUBEL al que respetuosamente se le llamaba Don Simón; él había instalado una tienda comercial de casimires y  telas nacionales  e importadas, lo que unido a su trato afable había logrado ganarse la confianza de sus ocasionales clientes de todo el Callejón Huaylas. El por su parte, había logrado conocer a prácticamente todos los vecinos de la Provincia, lo que le permitía dar créditos sin avales, ni exigir la firma de documento alguno, lo que demostraba sus profundo conocimiento de la psicología peruana  y en particular de los pobladores del Callejón de Huaylas. Su principal característica era de un hablar en tono fuerte, casi como llamando siempre la atención, por lo que uno rápidamente se imaginaba que él estaba por allí tratando de convencer al interlocutor tanto en el ámbito comercial como en el ámbito social.

Don Simón, conocido también por todos los lugareños como el «Gringo Hubel», por la demostrada seriedad de sus actos desde su llegada al pueblo, fue invitado por la comunidad Yungaina para desempeñar diversos cargos públicos de confianza, siendo uno de ellos el de Concejal o Regidor de Abastecimientos y Mercados, en cuyo cargo aconteció la anécdota que a continuación nos ocupa.

En la década del 60, había épocas de escasez de carne lo que era solucionado con la intervención del Camal Municipal. Para comprar la carne proveniente del Municipio ya era costumbre que, si alguien quería carne de calidad, tenia que madrugar para ocupar un buen lugar en la cola que se hacía en el mercado. La cola se iniciaba desde aproximadamente las 5.30 a.m. y se vendía al publico desde las 7.00 de la mañana.

En una oportunidad en que acompañé a mi madre a realizar la consabida cola, estabamos en el lugar décimo, ya correctamente alineados porque se aproximaba la hora de inicio para la venta de la carne, de pronto se presentó apuradamente y toda desaliñada ella, una de las hijas de la Sra. Albina Villón.

Como era conocido, Doña Albina era representante del poder económico y político de la ciudad motivo por el que tenia gran influencia entre las autoridades  y participaba en la decisiones de la Comuna, lo cual ya era decir bastante; si a ésas características se sumaba el carácter dominante que poseía, se entenderá entonces que era una persona a la que había que tratar con sumo cuidado. Así y todo, cuando se trataba de ayudar a las familias menesterosas y/o  el pueblo requería de sus servicios, fué una dama condescendiente, desviviéndose sobre todo cuando se celebraban las Novenas religiosas y el Aniversario tradicional del SEÑOR DE LA CAIDA de cuya Imagen y Capilla propia, era incluso su celosa guardiana.

Pues bien, la  hija de la Sra. Albina  pensando quizás que también le correspondía «por herencia» ejercer la autoridad moral que su madre detentaba o cosa por el estilo,  sin solicitar permiso alguno se colocó en el primer lugar de la cola, causando indignación entre mas de treinta vecinos que hacíamos la cola, así como reclamos, unos más airados que otros, pero ella ni se inmutó pues optó por  quedarse desafiante en el mismo sitio, gozando cínicamente de su aparente «superioridad» y por supuesto de su  «zampada» olímpica.

Nadie se había percatado que en un lugar cercano, estratégicamente ubicado,  estaba el Gringo Hubel mirando y escuchando atentamente acerca de lo que sucedía alrededor de la cola; parece que al igual que en otras oportunidades, acudía más temprano que todos nosotros al lugar de los hechos para cerciorarse que todo funcionara correctamente, pues se comentaba que algunas veces se cometían muchos abusos, como que guardaban la cola, o que otras personas compraban más de lo debido, etc., etc.

Así es que al constatar que la precitada dama no formó la cola de acuerdo al orden de llegada, pese al reclamo de los vecinos que en ése momento nos encontrábamos, el Gringo Hubel se le acercó sigilosamente para indicarle muy amablemente que «por favor fuera a formar su cola porque así era la costumbre», al no tener respuesta, volvió a repetir la indicación hasta en tres oportunidades, obteniendo ante estas peticiones como respuesta solo el silencio y miradas de autosuficiencia, motivo por el que el gringo Hubel ordenó finalmente al despachador a no entregar la carne mientras no se haga la cola correctamente; ante ésta última decisión la mencionada zampona reaccionó en forma violenta diciendo a grandes voces: ! Gringo que te haz creído , no sabes quien soy yo!, ! no sabes quien manda aquí,

¡No sabes con quien te has metido!, !Que me atiendan porque sino te hago sacar del cargo que tienes y peor aún puedo hacer que te boten de este pueblo!; ante esta violentas frases, cualquiera en Yungay se habría chupado, en realidad no hubiera sabido que hacer, pero, he aquí que el Gringo Hubel se las traía.

Ante tan airada negativa y grosera respuesta, no obstante el requerimiento afable, de seguro que al Gringo Hubel se le agotó la paciencia y se le avinagró la bilis, por lo que sacando a relucir su fuerte caracter, lo que de sobra tenía, agarró a la fulana de los cabellos y la arrastró hasta ubicarla al final de la cola, manifestándole allí: ! A LA COLA HE DICHO CARAJO, YO SOY LA AUTORIDAD Y PUNTO!; ante la sorpresa de tal reacción, a la susodicha no  le quedó más que lloriquear impotente y a quejarse sola en la cola para sus adentros.

Todos los que estábamos en la cola a ésa hora, nos quedamos mudos ante la reacción del Gringo Hubel, no comentando nada en ése momento, al no saber que sucedería luego; así es que como nunca, ese día se nos despachó rápidamente la carne. En los posteriores horas y días, eran materia de comentario en todo el pueblo la prepotencia con que se había presentado la hija de doña Albina  y la justicia aunque fuerte -opinaban algunos- con que había actuado el Gringo Hubel; y cosa curiosa, quizás porque hubo testigos presenciales del hecho o por razones que Doña Albina consideraba justas, las amenazas de la hija zampona nunca se llevó a cabo, y el recto Regidor de Mercados, siguió desempeñando su cargo, como si nada hubiera pasado. Así eran las cosas cuarenta años antes, un funcionario público estaba para hacer respetar las buenas costumbres, la razón y la ley.