Yungay
El invencible recuerdo de yungay
EL INVENCIBLE RECUERDO DE YUNGAY
Por William Tamayo Angeles
El destierro es consecuencia de grandes conflictos bélicos, de la intolerancia política de las dictaduras, pero también de catástrofes naturales que alejan para siempre de su ciudad natal a quienes la sobreviven.
La tarde del 31 de mayo de 1970, un devastador sismo segó la vida de más de dieciséis mil habitantes de la hermosa ciudad de Yungay que fue sepultada por una gigantesca masa de nieve desprendida del nevado Huascarán.
Al tratar este trágico suceso, la televisión europea difundió hace unos años un reportaje sobre un joven de aspecto latino que con apoyo médico especializado trataba de encontrar significado a un sueño recurrente que lo afligía: imágenes de un circo inverosímil con él en lo más elevado de un cerro.
Se explicaba después, como resultado de una investigación, que siendo niño había sobrevivido al sismo aquel gracias a una función del circo “Berolina”, por esos días en las afueras de Yungay, ciudad que aparecía en fotografías, así como Lima, España, y una casa en Europa oriental donde vivía con sus padres adoptivos, turbado por una vaga e intransitada nostalgia.
La suerte de ese infortunado joven ilustra agudamente el drama del destierro. Se diría, sin embargo, que en su caso los sueños apenas suplieron el consuelo de los recuerdos, esa dulce y atormentadora compañía que otros atesoramos desde que vimos nuestra ciudad tras el velo de la muerte.
La tragedia nos dispersó: uno a uno tomó su camino, solitario y final. El destierro -lo sabemos desde entonces- conlleva tristezas inevitables: morir lejos, que algunas palabras pierdan inexorablemente el significado conquistado con amigos y parientes en instantes de dicha, dejar en la puerta algo que no se puede decir ya nunca.
Hoy podemos reconstruir los rostros de Yungay con las huellas de su larga historia, el pasado prehispánico, los honores de sus dos fundaciones españolas, el paso por sus calles hacia la gloria eterna de soldados y héroes como San Martín, Bolivar, Sucre, Cáceres. Pero nada aviva más su recuerdo que el mágico esplendor de su cotidianidad.
Ese testimonio lo podemos encontrar en palabras de Aurelio Miro Quesada, quien tras conocer Yungay escribió: “Es, por lo demás, una ciudad tranquila y suave, de casas encaladas y de líneas serenas. La belleza de sus mujeres tiene un prestigio de leyenda, y en sus casonas anchurosas se sigue desenvolviendo el lindo juego del cortés hospedaje y las virtudes de la mesa hogareña, con un ritmo apacible que sólo agitan los grupos de ‘danzantes’ en las fiestas, o las cabalgatas bulliciosas reveladoras de una excursión a la cercana laguna de Llanganuco”.
En las inenarrables horas de tristeza que siguieron a su trágica desaparición, recibimos, y seguimos agradeciendo, la solidaridad internacional que encabezó Cuba y también la voz amiga de César Calvo: “Yo no lloro por ti, Yungay, mi bella, porque sé que saldrás de mi ceniza… Y contigo los pueblos marcharán a la vida, construirán cantando sus casas invencibles, construirán cantando sus sueños invencibles, sus sueños invencibles, como el tuyo, Yungay, mi flor quebrada, Yungay, mi flor dormida bajo la nieve negra”.
Confesaba el mexicano José Emilio Pacheco en un memorable poema, “Alta traición”, que no amaba a su patria, pero al mismo tiempo estar dispuesto a dar su vida “por diez lugares suyos, cierta gente, puertos, bosques de pinos, fortalezas, una ciudad deshecha…”, inventariando así la patria real y afectiva que se construye día a día.
Treinta y cinco años después, como todos aquellos que tienen insepulto Yungay en su memoria, habito el destierro con el recuerdo de algunas de sus calles, una en especial que terminaba en un riachuelo, la plaza de armas con las palmeras que conjuraron el olvido, la noche plateada como cascada de luz desde el Huascarán, la arboleda de los años de infancia, la lluvia sobre el viejo patio, la gente noble y generosa que alimentó con amor mis años inolvidables.
(*) Plaza de Armas de Yungay, Peru, antes del terremoto alud del 31/05/1970. Fotografia del Dr. Horacio Chavez