La Baranda del camion

Yungay

La baranda del camión

LA BARANDA DEL CAMION

LA BARANDA DEL CAMION

Por Fortunato Mendez Melgarejo

Ayer como hoy, los precios de los productos agrícolas tenian sus alzas y bajas; ésta última situación era  preocupante para mi abuelo Elias Melgarejo quien invertía todo su capital en los sembríos con la esperanza de ganar algo, por tal motivo había establecido una rudimentaria investigación de mercados aprovechando a familiares que vivían en otras ciudades quienes le informaban sobre la situación de los precios y de la competencia. En marzo del año 60, los precios del Choclo eran inmejorables en Chimbote, por ello mi abuelo consideró que era conveniente alquilar el camión con carrocería de barandas del Sr. Demetrio Cadillo para llevar toda la producción a dicha ciudad.

Como el viaje era solo contratado de ida, para el viaje de retorno a Yungay, el Sr. Cadillo – quien era Chofer y propietario- buscaba pasajeros y carga que había bastante debido al intenso movimiento comercial entre la costa y la sierra de Ancash. El Chofer ya tenia su técnica para acomodar a los pasajeros y  la carga en el camión: En la parte central acomodaba la carga tal como harinas, azúcar, etc. y en los espacios vacíos colocaba unos tablones para que la gente, de menores recursos, pudiera viajar sentada.

Es aquella oportunidad yo estaba en Chimbote gozando mis vacaciones escolares desde Enero, pero tenia que regresar a Yungay porque pronto se iniciaria el nuevo año académico, por lo que mi familia decidió embarcarme en el retorno de este viaje. Salimos a las 8.00 a.m., pasamos por Casma y paramos brevemente en Yautan para tomar alimentos, allí pedí al chofer que me permitiera viajar en la parte posterior del camión para ver mejor el panorama. Tan entusiasmado estaba con los paisajes que me monté sobre la baranda de madera, haciendo caso omiso a las advertencias del señor chofer, por el peligro que estaba pasando, ya que según él tal baranda en repetidas oportunidades pasaba rozando los cerros, y por lo tanto, podía ocasionarme daños irreparables. Para mi suerte nada pasó, pero, una vez que llegué a mi casa, después de 12 horas de viaje, me acosté y  cuando  al  día  siguiente quise levantarme, las nalgas y todo el cuerpo me dolía, lo que superé gracias al cuidado de mi madre, quien con sus masajes y frotaciones hizo menguar el inmenso  dolor proveniente de la huella que dejó en mi cuerpo la dura madera sobre la cual viajé, razón por la cual, recién me reincorporé a vida normal después de cuatro días.

Esto, me trae a la memoria la narración que hago seguidamente:

Era costumbre desde nuestros padres, que los muchachos «acompañaran» sus familiares mayores a las fiestas  costumbristas, para que así la nueva generación vaya captando la esencia de los valores tradicionales, y, si estas se celebraban en el área rural, mucho mejor, porque implicaba que podría realizarse una travesía con insospechadas aventuras.

Una de éstas eran las vísperas de fiestas, desde cuyo lugar sonaban llamativamente la musica y baile de los Shaqapas, el sonido de las avellanas, viéndose de vez en cuando los fuegos de luces y las bombardas; a medianoche, se prendían las palmeras siendo la oferta mayor el castillo de varios cuerpos adornado de luces multicolores y banderines dibujados en alusión mayormente al Santo Patrón; con pequeñas variantes a la expresión anterior y muy ocasionalmente, se celebraban singularmente las fiestas jubilares ó cívicas; normalmente, después del abrazo de confraternidad, se daba inicio a la gran fiesta popular a los acordes de una banda de músicos o de un grupo de aficionados que tocaban instrumentos de cuerdas como mandolinas, violines, guitarras, arpas y quenas; el baile, generalmente se efectuaba sobre un terral de la plazuela, el cual contenía asomos tímidos de champa (gras silvestre).

Para llegar a dichas fiestas nocturnas desde la ciudad donde vivíamos, la movilización era a pie, saliendo temprano de casa, ó en acémilas : caballos, burros, ó en mulas bien ataviadas, ó bien se esperaban a los camiones destartalados con carrocería de madera, que mal que bien cumplían la función de trasladar a los «fiesteros».

Recuerdo que en la vispera de la fiesta de Huarascucho ( En Quechua = Rincón de los calzones), como ya estaba oscureciendo, a los amigos y a mí coincidentemente los familiares nos habían dejado a nuestra suerte, porque aún no habíamos regresado del colegio presuntamente por estar «castigados». Es así que previo acuerdo de «la patota» (los amigos), decidimos ir a la fiesta por nuestra cuenta, yéndonos al paradero a esperar a los benditos vehículos intercambiando mientras tanto algunas ideas para saber a que atenernos una vez  llegado a nuestro objetivo.

Cuando ya nos cansábamos de esperar, de conversar y de mirar de aquí para allá, escuchamos el ronroneo de una carcocha que se aproximaba; y lo hacía tan lento, que desesperaba al sólo pensar,  si una vez «embarcados» llegaríamos o no a nuestro destino. Tan pronto como llegó el camión,  no sé de donde también salió la gente deseando su traslado a la fiesta; normal era que sobre la carrocería de dicho camión fueran unas treinta personas, pero con aprobación del señor chofer subieron veinte más, dejando incluso a unos cuantos insatisfechos en la Plaza de Armas. Y como ya era tarde, estos últimos difícilmente irían a pie al lugar de los hechos, esperando entonces el día siguiente para que les contaran como había sido la noche de vísperas.

Como era de «ley» (costumbre), nosotros escogimos ir al extremo final de la carrocería, que al resultar tan estrecha, no tuvimos más que subir por la infaltable escalera de madera, a la baranda trasera que fungía de entrada y salida de pasajeros.

Dicha baranda, que se asemejaba a una puerta levadiza, había sido cerrada previamente con cierta fuerza por el ayudante del chofer, así que todos al escuchar el golpe respectivo, estábamos en el entendido que ya estaba listo para partir a la víspera. Cómo estaría de cerrada la puerta, ni me imagino cómo estaríamos sentados sobre ella; pero el hecho es de que cuando arrancó el camión, y avanzó unos metros, se quisieron trepar unos muchachos mayores que nosotros , y por el mismo lugar donde estábamos sentados; y, cuando hicieron fuerza para asirse, tal puerta sorpresivamente se abrió hacia abajo, cayendo primero tales muchachos, sobre ellos caimos nosotros, y seguidamente cayeron algunos pasajeros sobre nosotros, resultando todos felizmente con contusiones leves, gracias al lento avance del vehículo.

¿Pero, qué es lo que había pasado? Pues, que el ayudante había hecho tal esfuerzo, para   apretujar a la gente a la plataforma de la carrocería, así como soportar los insultos de los viajantes por la forma como llenaba el camión, por lo que supongo yo que estaba muy ofuscado para hacer las cosas ordenadamente, habiéndosele olvidado poner los pasadores correspondientes a la bendita puerta, los cuales eran comúnmente unos clavos en forma de U, los mismos que se colocaban en unas armellas haciendo un enganche con la carrocería.

Felizmente, todo no pasó de un gran susto, pero si se le dió una dura lección al ayudante y al chofer, pues se les recriminó por lo que hubiera pasado si tomaba mayor velocidad el vehículo, complicándose la situación por la gran cantidad de baches existentes en la carretera, por lo que por toda gracia , al llegar al lugar de la víspera  prácticamente se obligó a que se nos cobrara solo la mitad del pasaje, acabándose así la discusión y por supuesto, una aventura más.

Octubre 2001